Cinco cuentos cortos domingueros y uno no tan corto para “filosofocar” en la semana…

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Las nubes

No son nubes. Es una reunión de filósofos fumando en el Universo.

 

El durazno y yo

Tan dulce y suave como un durazno, pero con un hueso por corazón: impenetrable.

 

El mentiroso real

Primero me aceptó tal y como soy.

Después dijo: “Mientras yo viva jamás lavarás un plato”.

Hasta hoy, es el hombre que más he querido… y también el que más ha mentido.

 

El silencio lo dijo todo

¿Escuchas mi voz bajo el agua? ¿Escuchas también el sonido de la cuerda rota de violín? Si es así, entonces, no tengo nada que decirte; lo sabes todo.

 

Cada quien siente diferente

Una mujer llora a gritos la muerte de su abuela. Sus sollozos tan aguerridos no permiten escuchar los rezos de los otros que también van a despedirse de su ser querido.

Cada que puede, con miradas le da a entender a todos los presentes lo significativo que le resulta este hecho trágico y funesto.

La indirecta siempre recae sobre la hermana menor que parece no mostrar ningún sentimiento ni signo de dolor en el gesto. Su silencio parece una meditación continua con ojos abiertos.

Mientras tanto, la mujer sigue llorando hasta que el cielo parece apiadarse y cae un leve rocío que humedece su cara.

La hermana menor fastidiada de tantas miradas indirectas, se dispone a llorar.

Primeramente comienza con un quejido hasta que poco a poco el llanto va creciendo hasta hacerse desgarrador.

Lágrimas y gritos, más lágrimas y más gritos…

De repente, la hermana menor sorprende a los asistentes tomando vuelo y de un salto abrupto se lanza a la fosa gritando:

 

– ¡Carmen!

– ¡No te vayas, Carmen!

– ¿Qué haré sin ti?

El cielo parece obedecer al acto intenso y cae una tormenta con rayos que parecen ahogar al firmamento.

Cuando la tormenta repentina se detiene y todos empapados parecen guardar la calma, la hermana menor toma un puño de tierra y se lo lanza a la mujer en la cara diciendo solemnemente:
– Ahí está tu escena trágica fuera del teatro. ¿Lo hice bien? Ahora déjame ahogarme en mi muy respetable silencio.

 

¡ACTORES!

Dos teatristas se citan en una cafetería para festejar el Día del Actor.
Después de una magnífica charla y abundante comida piden el postre dándose cuenta que ninguno trae dinero. Ella olvidó la cartera, él sencillamente no tiene dinero.
-¿Qué hacemos? – se preguntan.
Sin palabras, los ojos mandan esa señal que sólo los diestros en la escena identifican como: «tiempo de ficción».
Él le embarra el pastel en la cara obligándole a comerlo. Ella le tira el café (ya frío) en la camisa.
Contienda. Batalla en la mesa. Gritos. Muchos gritos. Pastel por aquí, pastel por allá…
El gerente les pide que salgan inmediatamente del lugar.
Salen.
-Una comida con «pago alternativo» -dijo él con carcajadas rumbo al estacionamiento.

 

Ilustraciones y textos por Tania Castillo

Fotografía de Juan Carlos Mejía

 

 

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